¿De qué nos cubrimos, cuándo nos ponemos cubre bocas? Del Miasma al Covid.

Everyday Politics
7 min readJan 31, 2021
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El cubre bocas fue el objeto cultural del 2020. Un objeto que antes nos parecía intrascendente, ahora concentra casi todas las experiencias del 2020. En el cubre bocas vemos la pandemia, vemos las restricciones sanitarias, vemos a los políticos que se lo pusieron y los que se le quitaron, vemos a los que hicieron negocio con la pandemia y también vemos a los que nunca se lo pusieron. En enero del año pasado, el cubre bocas era un objeto, entre otros, del mundo de los hospitales y laboratorios. Un año después nos vemos obligados a usar el cubrebocas en trenes, aviones, bibliotecas, citas, supermercados y hasta para salir a correr. Everyday Politics se pregunta ¿de qué nos cubrimos cuando nos ponemos cubre bocas?

Hoy sabemos que el síndrome respiratorio agudo grave, o SARS-CoV-2 por sus siglas en inglés, es causado por un virus y que éste se propaga a través del contacto humano, y específicamente por el contacto con fluidos humanos. De ahí que utilizar un pedazo de tela que cubre la boca y la nariz, o bien una máscara que cubre la cara en su totalidad, sean las dos formas efectivas que conocemos para evitar el contacto con fluidos humanos. El cubre bocas es, además de un objeto cultural, la barrera más visible entre nosotros y el célebre virus del 2020.

Aunque esto hoy nos parece patente, lo cierto es que no siempre hemos determinado que los virus causan enfermedades. De la misma forma, no siempre hemos sabido que al mitigar el contacto con fluidos humanos podemos evitar la propagación de una enfermedad. En ese sentido, tanto el cubre bocas y lo que hoy sabemos sobre los virus son dos objetos históricos. En la entrega de hoy, Everyday Politics cuenta una breve historia sobre lo que hemos pensado respecto al origen de las enfermedades y la relación entre el manejo de las enfermedades y nuestra vida diaria. Hay política e historia tanto el archivo, como en la calle, y hasta en el cubre bocas.

Los Malos Aires enferman

Hasta principios del siglo XX, comunidades médicas y científicas sostenían que el origen de algunas enfermedades radicaba en “aires infectos” o miasma. Los miasmas, se pensaba, era conjuntos de aires, independientes a los demás, que se movían dentro del ambiente. Los miasmas propagaban enfermedades y el contacto con él era causa de contagio. Enfermedades como la cólera, peste, clamidias, la fiebre amarilla, y otros síndromes respiratorios, eran asociados con miasmas. No sería sino hasta finales del 1918, en el cenit de la influenza española, cuando se consideró al virus como el origen de dicha enfermedad. En ese sentido, la transición de la teoría del miasma por la de virus, aunque rápida, es un cambio relativamente nuevo.

La palabra miasma viene del griego μίασμα y puede ser interpretada en dos formas. La primera es como una impureza en el ambiente. Como tal, ésta impureza contamina el aire y puede ser el conducto de la enfermedad. La segunda interpretación va más allá. Un miasma es una emanación maligna que contamina el ambiente. De ahí que el miasma se consideró como aquellos aires que se se desprenden de los cuerpos u objetos enfermos así como la contaminación en el ambiente que produce. Aunque parece algo intangible, si pensamos en los olores que desprenden en los cuerpos en descomposición, y cómo reaccionamos ante ellos, bien podemos imaginarnos que los miasmas parecían explicaciones factibles para enfermedades reales.

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Desde entonces, el miasma ,aunque invisible, fue considerado como una entidad real e independiente por varios siglos — que era el origen y conducto de algunas enfermedades. Un conjunto de aires que enfermaba a los inocentes y que se cobraba vidas indiscriminadamente. Ante la llegada del miasma, ciudades, pueblos y países quedaban paralizados o desiertos. Ante una amenaza que no se podía ver y ante la cual había pocos recursos humanos, el miasma traía consigo miedo.

De la Enfermedad a la Política

La teoría del miasmas no sólo fue prominente desde la antigüedad, sino que experimentó pocos cambios. No sería sino hasta el siglo XVIII, que algunas actitudes hacia el miasma cambiaron significativamente. A partir de entonces, el miasma se pensó como una entidad que podía ser controlada y estudiada. Para ejercer dicho control se requería una colaboración entre el poder político, es decir, el gobierno y una comunidad de expertos en sanidad y medicina.

El historiador Alain Corbin sostiene que en uno de los ejes centrales para comprender dicho cambio es que partir del siglo XVIII el miasma se empezó a pensar como una entidad que tenía su origen en espacios específicos. Es decir, mientras que en el pasado sólo se consideraba al miasma como un aire que emanaba de cuerpos en cuerpos descomposición, ahora se pensaba que eran espacios determinados los que engendraron a el miasma. Según Corbin, se identificaron cuatro espacios generadores de miasma. Los malos aires podían provenir de el subsuelo, los desagües, los mataderos, y los cementerios.

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Dos puntos son importantes a considerar en éste cambio. El primero es el que el miasma ya no se piensa como algo que sea producido exclusivamente por cuerpos en descomposición, sino por los intercambios entre los desechos humanos y la vida urbana. Particularmente, en el caso de los desagües y los mataderos, no se podía saber con certeza si era la acumulación de deshechos, los olores producidos por los mismos, o la gran cantidad de restos animales en descomposición, los que podrían dar origen al miasma. En cualquier caso, las necesidades de las ciudades tanto de comida como de desahogar los desechos humanos los que creaban espacios para la generación de miasmas. Al asociar espacios urbanos como generadores de miasmas, el control y manejo de las enfermedades cae dentro del ámbito de la política. Desde esa perspectiva, tal vez la enfermedad no podría ser ni controlada ni curada, pero los espacios podrían ser cada vez más regulados. La política entra como una mediación entre lo que es y lo que se puede hacer.

Estos matices son importantes para comprender cómo se pensó que se podía manejar las enfermedad producidas por el miasma, o al menos de mitigar sus efectos en las ciudades. Las cuales no necesariamente tenían como objetivo erradicar la enfermedad, sino crear distancias entre lo enfermo y lo sano.

Gobierno de la Enfermedad

Los espacios que comúnmente fueron identificados como generadores de miasma tenían algo en común: eran espacios ocupados, en su mayoría, por personas de clases trabajadores o bien personas empobrecidas que vivían en algún asentamiento urbano. Si bien ocupar o participar en actividades relacionadas con el manejo de desechos humanos o animales, o bien con actividades relacionadas a la muerte, pocas veces gozan de apreciación social, la asociación con el miasma convirtió a tales espacios en problemas de salud pública.

Esta implicación abonaba a tensiones existentes de tipo social entre diferentes clases. Durante el siglo XVIII y XIX tanto en Europa como en algunos países de América, las clases dominantes percibían a las clases subalternas con miedo y desconfianza. Miedo a una revuelta social y una severa desconfianza de que diferentes clases sociales pudiesen coexistir armónicamente en ciudades. A menudo se pensaba que las ciudades como espacios exclusivos para las clases dominantes y “civilizadas”.

Desde la perspectiva de algunas autoridades, la amenaza del miasma y su manejo abría espacios de acción. Tanto de control como de reforma. Londres y París fueron casos en el que reformas sanitarias y sociales fueron implementadas a fin de contener la generación de miasmas. Regulaciones sobre alcantarillas, localización de mataderos y maneras de disponer desechos, se introdujeron. Se discutió sobre el lugar en que mataderos y cementerios habrían de ser localizados; y se intentó desplazarse de los puntos centrales de la ciudad hacia la periferia.

Rio de Janeiro fue un caso excepcional. La amenaza de la fiebre amarilla, que se pensaba era producida por miasma, dio lugar a drásticas reformas del espacio urbano. De manera sistemática, vecindarios y casas de personas empobrecidas fueron destruidas durante las primeras décadas del siglo XX. Estos asentamientos habían sido designados por las autoridades como lugares de contagio y generación de miasmas. Su destrucción no sólo dejó a sus habitantes sin un hogar, sino que también los obligó a re-asentarse en las periferias de la traza original, en cerros aledaños que posteriormente habrían de ser llamados favelas.

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Estos ejemplos nos muestran dos lados profundos y problemáticos en cuanto a nuestra relación con las enfermedades. De cierta forma, las enfermedades también tienen dimensiones sociales, ya sea que dependen del contexto en el que se origen, o bien las sociedades reaccionan de maneras específicas ante ellas. A veces con intenciones adecuadas, a veces con efectos nefandos.

El 2020 fue un año largo. Y el cubre bocas será recordado como uno de los objetos que marcó dicho año. Seguramente en el futuro se pensará en el Coronavirus y en el cubrebocas con la misma curiosidad, empatía, e interés con el que hoy vemos al miasma. Personalmente, lo que más recordaré será esa sensación única de seguridad que me produce utilizar un cubre bocas. Es como si al ponérselo, pudiese crear esa distancia tan abstracta como necesaria entre lo sano y lo enfermo, y que ese pedazo de tela fuese una infalible protección entre un virus que se mueve en el aire y mi cuerpo endeble

Corbin, Alain. El perfume o el miasma : el olfato y lo imaginario social, siglos XVIII y XIX, Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2005, 253 pp.

Outtes, Joel. “Disciplining Society through the City: The Genesis of City Planning in Brazil and Argentina (1894–1945).” Bulletin of Latin American Research 22, no. 2 (2003): 137–64.

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